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Lo realmente curioso de este �ensayo�, donde el poeta gal�s Dylan Thomas (1914-1953) se ensa�a con todo el que tenga alguna pretensi�n po�tica, no es la virulencia del ataque, sino la similitud que guardan algunos de los elementos ficticios con los de su propia vida. Efectivamente, Thomas era un chico de provincias (Gales se encuentra lejos, cultural y geogr�ficamente, de los centros art�sticos del Reino Unido) quien tras publicar su primer volumen de poemas, fue a trabajar con la BBC. Muy aficionado a las juergas y la bebida, tuvo una personalidad a la que nadie pudo ser indiferente: se le amaba o se le odiaba. El conocido historiador ingl�s A.J.P. Taylor le calific� como una persona �deleznable, al que los hombres prodigaban su dinero, y las mujeres sus cuerpos, y que tomaba todo lo que se le ofrec�a sin la menor expresi�n de agradecimiento, pues disfrutaba humillando a los dem�s�.

Los defectos de su personalidad no quitan nada, por supuesto, a sus m�ritos como poeta �es, sencillamente, uno de los mejores de lengua inglesa-  pero en el cinismo y desprecio que rezuma este ensayo es posible intuir esa desesperada desilusi�n que le impulsaba hacia los fondos del alcoholismo y la autodestrucci�n.

La tesis que maneja aqu�, si miramos m�s all� del sarcasmo, es que el poeta no se hace, sino nace, y siempre estar� condenado a sufrir por su arte: el �xito comercial y cr�tico est�n vedados al verdadero artista. Si bien esta creencia no carece ni de validez y ni de cierta justificaci�n para los j�venes, al servirles como medio para la consecuci�n de determinados fines art�sticos, en un hombre maduro provoca un gran conflicto con otras necesidades que, si no tan nobles, son igualmente vitales. O sea, lo que en una etapa de la vida act�a como acicate, en otra posterior se puede convertir en lastre, y sobrevivir viene a significar traici�n.

No obstante los inconvenientes, cada nueva generaci�n �exceptuando, quiz�s, la actual- parece aceptar que la sensibilidad art�stica y el dinero son incompatibles.  Este idealismo juvenil alcanz� su mayor grado de expresi�n con el hipismo de los a�os 60, una d�cada despu�s de la muerte de Thomas - quien, fiel a sus principios, muri� de una intoxicaci�n et�lica mientras estaba de gira en Nueva York-.  Pues bien, en vida Thomas goz� de una gran celebridad en Estados Unidos, tanto que all� por finales de los a�os 50, a un joven cantante de origen jud�o, Robert (�Bob�) Zimmerman, se le ocurri� ponerse Dylan como sobrenombre art�stico. Felizmente, a lo largo de treinta a�os, Bob Dylan ha podido evitar que los laureles le pesen tanto como hicieron en su d�a a Thomas.

�V. Stevenson 2002.

Dylan Thomas:

C�mo ser poeta.

T�tulo ingl�s: How to be a poet. Publicado originalmente en la revista literaria inglesa Circus (1950), y recogido en la antolog�a A Prospect of the Sea. (Londres: Dent, 1955, 1972)

 

Un Director de Revista, en un moment�neo exceso de confianza, me ha invitado a que me explaye sobre este tema.

Imag�nense ustedes todos los temas apasionantes que podr�a haberme ofrecido: el desarrollo de la escena de seducci�n en Watts-Dunton[1]; Charles Morgan[2]: mi personaje favorito en su ficci�n; el se�or T.S. Eliot y la Crisis del D�lar; o, quiz�s, la influencia de Laurel sobre Hardy, y de Hardy sobre Laurel[3]. S�lo puedo hacerme eco del lamento de Fowler, el del diccionario usual del ingl�s, con su �qu� palabras no emplear�a, si sobre tales temas me dejaran discurrir�. Pero de eso nada, de modo que poeta, a tus zapatos, como reza m�s o menos el refr�n.

D�jenme aclarar, ya de entrada, que en �stas mis supuestamente informativas observaciones, no pienso hablar de la Poes�a como Arte u Oficio - expresi�n r�tmica y verbal de una necesidad o impulso creativos -, sino como de un medio para un fin social. Es decir: para la consecuci�n de un estatus social lo suficientemente alto como para permitirle al poeta que purgue y elimine de su personalidad todas aquellas afectaciones del habla, vestimentas y modales que tan esenciales eran durante la primera fase de su carrera; de unos ingresos lo suficientemente generosos como para poder cubrir las exigencias materiales � a menos que haya ca�do v�ctima ya al Mal del Poeta, o sea a ese fur�nculo que mejor se conoce por su nombre vulgar de Londres[4]; y de una garant�a permanente contra la necesidad de volver a escribir jam�s una sola palabra. No pienso discutir, ni mucho menos resolver, esa cuesti�n de que si es buena o no la Poes�a, sino plantear otra bien distinta: si de la Poes�a puede hacerse o no un negocio.

Por tanto, para empezar, quisiera darles a conocer �junto con tales observaciones que sean oportunas- a algunas de las subclases del g�nero poeta que han saboreado las mieles del �xito econ�mico y social.

Primero, aunque no en orden de importancia, tenemos al poeta calificado como �l�rico� y cuya profesi�n de funcionario p�blico le ha garantizado un acomodado aprendizaje. F�sicamente, se le puede clasificar seg�n sus dos manifestaciones esenciales: en la primera, es flacucho �por no decir chupado- con labios tan carnosos y seductores como la cloaca de una gallina; es calvo de nacimiento, con los ojos peque�os y enrojecidos de haber le�do demasiados libros en franc�s (lengua que no entiende) en una buhardilla provincial durante sus a�os de repelente mocedad; tiene transparentes las narices y gris�ceo el aliento, y su voz suena como u�as de rat�n sobre papel de esta�o. En la segunda, es papudo y de barbas pobladas, gasta pipa tipo Sherlock Holmes y se le atasca la nariz con briznas de tabaco; sus ojos alucinados dan fe del n�mero y calidad de las cervecer�as del condado de Sussex, mientras que su chaqueta tweed est� llena de abrojos y huele a los perros que �l tanto detesta -si bien su propia voz es como la de un Airedale que haya estudiado logopedia en un curso a distancia-; y huelga decir que es un �ntimo de Chesterton, no obstante el inconveniente de no haberle nunca conocido.

 

Vayamos a ver en qu� manera nuestro hombre ha llegado a su actual y envidiable posici�n de Poeta que vive de la Poes�a.

Entr� por casualidad en el funcionariado a una edad en la que muchos de nuestros j�venes poetas se hacen a la BBC como antiguamente los muchachos se hac�an a la mar[5], y al principio se pierde de vista bajo una monta�a de papeleos burocr�ticos; a este per�odo le quitar� posteriormente toda importancia, dedic�ndole solamente un parrafito en su autobiograf�a (t�tulo posible: estaci�n de estanter�as), escrito con sonrisa sutilmente ir�nica y torcida.

Tras unos a�os, empieza a sacar el morrito fuera del h�bitat de carpetas y archivos en el que siempre ha transcurrido su ordenada vida de roedor, y va recogiendo ac� una miguita, all� una caquita, entre sus dedos manchados de tinta. Tiene la vista de un lince: cuando la ocasi�n expone su reluciente calva es capaz de avistarla a leguas; de modo que poco tarda en enterarse de que la publicaci�n de un poema en una revista departamental le permite a uno que vaya conquistando, si no puestos, por lo menos algunas amistades. Y entonces escribe un poema.

Va, por supuesto, sobre la Naturaleza; confiesa un deseo de escaparse del mundanal ruido y volcarse en la ruda vida del campesino; su deseo es levantarse (sin esc�ndalos) con los pajaritos; est� convencido de que es el arado, y no la pluma, en lo que mejor podr� emplear sus parcas fuerzas. Un decoroso pante�sta, se siente uno con el arroyito, que tan bien rima con molinito; con la lechera de rollizas posaderas y el mofletudo capador; con zagales y cerdos, con los chorlitos y las chiribitas. Sus poemas traen el olor del campo como si de las mismas axilas de Tript�lemo[6] se tratara: los prados, las flores, los graneros, los establos, el heno, y, sobre todo, las bo�igas.

El poema se publica. Tendr�n que conformarse con tan s�lo un fragmento de esta obra l�rica, de la que les cito el comienzo:

 

El fragor de la calle se calla

�O, aguzad el o�do!

Un p�jaro con su ala

las telara�as del tiempo ha barrido

 

Quieto, quieto como la muerte pesa

El aire sobre las piedras tan grises

Y por encima de la v�a p�blica

Me llegan - �notas dulces!

 

Un mirlo su pico abre

-�de veras s�, un mirlo!

Para colmar con melod�a alegre

El plomizo y londinense cielo

 

Al poco de publicarse el poema, le saluda con un gesto de cabeza uno de Hacienda; es Hotchkiss, otro poeta de fin de semana que ha editado ya dos peque�os vol�menes y ostenta dos l�neas en el Qui�n es Qui�n -�o ser� quiz�s el Almanaque Newbolt�s?-. Est� casado con una mujer que muestra una ambici�n tan desmesurada como su escote, pese a su condici�n de triste perdedora de la batalla contra el sobrepeso, y es due�o de un peque�o coche que siempre parece encaminarse, como por s� solo, a Sussex (como ocurr�a anta�o con el caballo del p�rroco, cuya querencia siempre le llevar�a trotando a la taberna comarcal). De un tiempo para ac� viene elaborando una peque�a monograf�a sobre la labor que realiz� Blunden en pro de los setos tradicionales.

Un d�a, Hotchkiss, mientras almuerza con un colega de Aduana, comenta: �hay un tipo bastante prometedor en su departamento, Sowerby. Ese muchacho Cribbe[7]. He estado leyendo una cosita suya: Le deseo al zarapito. Merece la pena�.  Y como el mismo Sowerby es una peque�a eminencia literaria, con una columna semanal en la revista Ecos elisios y cuyo nombre figura en la directiva del Club quincenal de obras maestras (rebajas generosas para los escritores,  adem�s de las obras completas de Mary Webb con un 75% de descuento como oferta navide�a) el nombre de Cribbe empieza a escucharse en bocas de este triste y f�tido c�rculo po�tico.

As�, recibe una invitaci�n de contribuir una suite de poemas a Gaitas matutinas, la antolog�a que prepara Hotchkiss, que recibe los elogios de Sowerby (�un don indiscutible para la copla evocadora�) en Ecos elisios. Cribbe, humildemente, decide obsequiar ejemplares de dicha antolog�a, cada uno laboriosamente dedicado �al m�s importante poeta vivo que escriba en lengua inglesa, en homenaje�, a una veintena de los m�s torpes poetastros que a�n dan d�biles se�ales de respiraci�n. Sir Thomas Knight, entre generoso y perplejo, le dedica a su vez unos valiosos momentos para escribirle una notita sobre papel con membrete de imponente blas�n -sustra�do durante una primera y �nica visita de fin de semana a la casa de campo de un lord miope, pero no tan miope como aparentaba-. �Estimado se�or Crabbe�, empieza Sir Tom, �le agradezco su peque�a muestra de aprecio. Su poema, Nocturno con lirios, recuerda al mism�simo Shanks. Adelante, adelante: a�n queda sitio en el Parnaso�. El hecho de que el poema no se titula  Nocturno con lirios sino Al o�r a Delios[8] en la puerta del camposanto no le molesta en absoluto a Cribbe, quien guarda cuidadosamente la carta tras darle unos soplidos para quitar la caspa. Pronto est� reuniendo su obra po�tica para editar, misericordia, un libro: La rueca y el ruise�or, con dedicatoria a �Clem Sowerby, asiduo labrador en los Jardines de las Hesp�rides�.

 

El libro sale, y atrae alguna atenci�n favorable, sobre todo en Middlesex, y Sowerby, cuya modestia no le permite firmar la rese�a en vista de tan gratificante dedicatoria, la firma bajo otro nombre. �Este joven poeta� -afirma-, �no es demasiado �modernista� �afortunadamente- como para negarle el debido respeto a la ilustre fuente de su inspiraci�n. Cribbe llegar� lejos�.

 

Entonces Cribbe vuelve a la editorial, y se negocia un contrato seg�n el cual los se�ores Punto y Ciento se comprometen a publicar su �ltimo volumen, a condici�n de que tengan la primera opci�n de compra de las pr�ximas nueve novelas que escriba. Tambi�n se las ingenia para que le contraten como lector eventual de manuscritos para Editorial Punto y Ciento, y regresa a casa con un paquete de libros que incluye El desarrollo del Movimiento Oxford en Finlandia, escrito por un militar retirado que reside en las monta�as Cotswold, tres tragedias en verso blanco en torno a la vida de Mar�a Estuardo, y una novela con el prometedor t�tulo de Ma�ana, Jennifer.

 

Pues bien, resulta que Cribbe, antes de celebrar el contrato, no ha pensado nunca en escribir una novela. Sin embargo, y a pesar de su incapacidad para distinguir un individuo de otro �las personas, para �l, constituyen una masa gris y uniforme desprovista de todo inter�s, exceptuando a los famosos y sus superiores departamentales-; de que todo lo que digan o hagan los dem�s le trae sin cuidado, a excepci�n de lo tocante en su propia carrera; y de que su poder de invenci�n es equiparable al de un conejito de indias que se ejercita en una ruedita, se sienta, se arremanga, se llena la pipa de buena picadura, y empieza a estudiar la mejor manera, sin andar con medias tintas, de alcanzar el �xito como escritor de ficci�n. Pronto cae en la cuenta que de novelas duras con t�tulos como Lo tengo merecido o Tres al cuarto s�lo salen ventas r�pidas y reputaciones ef�meras; otro tanto pasa con las novelas proletarias sobre un buscavidas barriobajero y su conversi�n al materialismo dial�ctico, posiblemente con t�tulos como Tambi�n la lluvia roja caer� sobre ti, Alf; y con novelas posiblemente con t�tulos como Melod�a en la hierba, que van de tipos oscuros con leves cojeras y nombres como Dirk Conway, y de su amor por dos mujeres: la sensual matahombres Ursula Mountclare y la peque�a y retra�da Fay Waters. Pronto capta que s�lo ventas min�sculas y rese�as en las m�s sofisticadas revistas mensuales de tirada limitada, resultar�n de la autor�a de un libro como El zodiac interno, por G.H.Q[9]. Bidet: una despiadada disecci�n de los conflictos ideol�gicos surgidos a ra�z de las relaciones entre Philip Armour, f�sico renombrado y sexualmente impotente, Tristram Wolf, escultor bisexual que trabaja con la madera teca, y la virginal pero din�mica esposa criolla de Philip, Titania, catedr�tica especializada en la pol�tica econ�mica de los Balcanes, y c�mo estos personajes tan sensibilizados �tan evocadores, como son, de la �poca pos-sartrera- crean una profunda s�ntesis mediante su interacci�n en el trabajo que, en aras de la Unidad, los tres realizan en una cl�nica de la UNESCO.

Sin ning�n pelo de tonto, Cribbe ve claramente, ya en los primeros tientos del genero, mientras avanza con guantes y mascarilla por sus marismas m�s infectas, que si uno se propone escribir una novela, debe olvidarse del sensacionalismo y ocuparse de temas agradables, convencionales y sobre todo rentables. Tales como, para poner un ejemplo, la historia de una dinast�a textil de Lancashire: los nacimientos, educaci�n social y sentimental, altibajos financieros, vaivenes conyugales y muertes de una familia a lo largo de cinco generaciones[10]. Comprende de inmediato que esta novela debe presentarse en forma de trilog�a, y cada entrega deber� llevar un t�tulo s�lido y sustancial, por ejemplo Urdimbre, Trama, y Telar. De modo que pone manos a la obra.

De las cr�ticas hechas sobre la primera novela de Cribbe, hay algo para todos los gustos: �Aqu� encontramos el arte del escritor en sumo grado, unido a caracterizaciones impecables�; �uno llega a acostumbrarse tanto a George Steadiman[11], a su mujer Muriel, al viejo Tobias Matlock (delicioso personaje secundario) y a todos los habitantes de Casa Telar, como a su propia familia�. �Tan ingl�s como la lluvia�. �Tenaz como un buldog�. �Una historia que pudiera haber salido de la pluma de la propia Phyllis Bottome�.

Gracias al �xito de la novela, Cribbe es aceptado como socio del Club Tintero, dando una ponencia sobre �la tierra del joven Brett Young[12]�; publica cr�ticas regulares en las que pone por los cielos a cada otra novela que le mandan (�una prosa luminosa�), e invita a todo quisque con pretensiones novel�sticas a cenar con �l en el Club Lacayo, al que acaba de salir elegido miembro.

Con la aparici�n de la trilog�a entera, el avance de Cribbe es ya tan imparable como  la peste: ocupa un sill�n en el comit� del Tintero; asiste a actos conmemorativos para literatos que, por primera vez en cincuenta a�os, est�n realmente muertos; rompe el primer contrato y se escribe otro; saca una nueva novela que sale elegida por la Sociedad de Lectores; Punto y Ciento le ofrece un puesto �en calidad de asesor�, el cual acepta, y abandona el funcionariado para comprar una casita rural en Buckinghamshire (�Parece imposible que estemos a tan s�lo treinta millas de Londres, �verdad? �Eh, mire usted! �Un somorgujo!� - dice se�alando a un estornino); y contrata a una nueva secretaria, con quien posteriormente se casa por su buen hacer mecanogr�fico. �La Poes�a? Quiz�s un soneto de vez en cuando para el Sunday Times, y a intervalos cada vez m�s espaciados una peque�a colecci�n de versos (�mi verdadera pasi�n, ya saben�). Pero ya no le interesa tanto, si bien ha sido la clave de su �xito. Y por qu� hab�a de interesarle, pues �nuestro hombre ha llegado!

 

Y ahora debemos dejarle a Cribbe para analizar la suerte de otro poeta de �ndole muy distinta, a quien llamaremos Cedric[13]. Para seguirle los pasos a Cedric (y a �l le encantar�a que alguien lo hiciera, pero usted tranquilo porque nunca jam�s llamar�a a la polic�a - a menos que se tratara de ese agente tan fascinante y siniestro como un El Greco, que a veces frecuenta la plaza Mecklenburgh-) hace falta entrar en los oscuros ambientes de la clase media, o asistir a alguno de los colegios de rigor (que uno debe odiar a muerte, pues lo esencial es que, desde el principio, los dem�s no le comprendan), y llegar a la universidad con una reputaci�n de poeta en ciernes ya establecida y con aspecto, si fuera posible, entre oficial de la Guarda Real y querida de fot�grafo de moda. Puede que pregunten ustedes: �pero, �c�mo puede ser que un novato empiece su trayectoria con la reputaci�n ya establecida como �poeta a observar�?� (Es posible que esto de observar a los poetas sea en el futuro una actividad tan popular como lo es ahora observar los pajaritos. Y resulta perfectamente razonable imaginarse las oficinas del Poetastro declaradas espacio protegido). Pero la respuesta queda fuera del �mbito de estas observaciones, que a la fuerza no pueden ser m�s que generales. De cualquier modo, debemos partir del supuesto de que todo el que pretende hacer de la Poes�a una carrera ser� capaz de apa�arse unos versos cuando la ocasi�n as� lo requiere. Adem�s, el preceptor de Cedric en el internado fue amigo �ntimo del director. De modo que ah� le tenemos a Cedric, conocido ya por una selecta minor�a de refinado gusto a cuenta de sus poemas exquisitos sobre cuerpos dorados y frondosidades rutilantes como joyas al sol, sobre la ambros�a del primer y t�mido beso entre las finas tracer�as de las cavernas de la luna (en realidad, el trastero del colegio); est� en la antesala de la fama, con el mundo postrado a sus pies cual una fila de delirantes aficionados al ballet ante uno de sus �dolos saltarines.

 De tratarse de los a�os veinte, su primer volumen de poemas � publicado cuando a�n es estudiante universitario � se titular�a posiblemente �spides y La�des. El poeta expresar�a una nostalgia por una forma de vivir que nunca existi�; sentir�a todo el peso del mundo encima (una vez vio el mundo desde la ventanilla del tren: parec�a pesad�simo). Se esmerar�a en elaborar una mezcolanza chillona, un mejunje evocador guisado a base de la astucia y de unos ingredientes cosechados del trabajo de la Sitwell y los Sacheverell[14] y dem�s. El resultado recuerda un ca�tico invernadero, rebosante de vegetaci�n ex�tica y ornamentaci�n barata en el estilo c�mico-er�tico, como demuestran estas l�neas t�picas:

 

Sobre palacios bermejos, se derrama una cornucopia

De falos en arabescos y almibarados rigodones;

En los harenes las odaliscas de pechos como peras

Recogen esta lluvia de pl�tanos coronados con cerezas

Y bailan zarabandas bajo una luna de frambuesa.

 

Luego, despu�s de una ri�a melodram�tica con las autoridades universitarias, se esfuma en la Clave de Azul[15] � ya encumbrado en el �xito.

Si de los a�os treinta se tratara, su libro bien podr�a titularse: Faros, le advierto, y obedecer�a a uno de dos esquemas: o ser�a de ritmos largos, laxos y l�nguidos, con ca�das suspirantes y versos cargados de conciencia social:

 

Tras la incesante fiscalizaci�n del invierno conspirador

Sometiendo a su escrutinio la historia tr�gica de cada rama robada

�Mirad! �La eclosi�n triunfante! �La Primavera, alegre como una procesi�n de trabajadores

Al reci�n abierto gimnasio!

�Contemplad! �El pleno empleo de las flores!

 

O abundar�an atrevidas expresiones coloquiales y del argot, gui�os a canciones populares, coplitas de Kipling, un blues acecinado:

 

Somos la buena gente

De esta urbe repelente

S� a d�nde vamos pero de d�nde salimos lo ignoro

Muchacho te lo juro

No es cosa de ponerse chulo

Tener una bomba bajo el culo.

 

�Concienciaci�n social! Esa era la consigna. Entre sorbitos de un rico caf� (�Adri�n prepara el mejor caf� de toda esta isla de patanes�. �D�game, Rodney, pero �de d�nde saca usted estos pastelitos tan deliciosos?� �Es un secreto�. �Uuyy, pero cu�nteme... Yo a cambio le doy esa receta especial que trajo ese coronel amigo de Basil de Ceil�n. Lleva tres libras de mantequilla y un mango�) hablar�a de veranear en un sitio �d�nde haya realmente vida. O sea, pues, como aut�ntico. Como el Valle Rhondda[16] o algo as�. O sea, yo s� que all� podr�a sentirme realmente enfocado. O sea, que aqu� se siente uno tan estancado. Libros y m�s libros. Lo que importa es la gente. O sea, que uno debe ir a conocer a los mineros�. Y va y pasa el verano con Reggie en Bonn. Dicha estancia da lugar a un volumen de ch�charas pol�tico-viajeras, cuya promesa inicial queda ampliamente realizada cuando, a�os m�s tarde, asume el cargo de Secretario Literario del CIALP (Consejo Internacional de las Artes y Letras del Porvenir).

Si escribiera Cedric en la d�cada de los cuarenta, se ver�a engullido, por as� decirlo, por un vendaval apocal�ptico; pero lejos de cejar, aprieta los dientes y sigue en sus Treece[17]. En fin, Cedric sabe mezclar met�foras y revolcarse en t�picos, y tras poner a remojar su trasnochado simbolismo en leche fermentada de burra, acaba logrando un simplismo y una melosidad que nada tienen que envidiar a lo mejor del g�nero. T�tulos posibles para su primer Volumen incluyen Macrocosmo pla�idero y Heliog�balo[18] en el Pentecost�s;

El pr�ximo paso es a Londres y las rese�as cr�ticas � que realizar� �l, obviamente, sobre el trabajo de otros-. Se trata de una actividad f�cil, si es que uno lo hace lo suficientemente mal, y bien remunerado, si es que porf�a. El vocabulario que debe manejar el cr�tico aplicado y sin escr�pulos es limitado. Recursos como tendencia, huelga decir, impacto, empaste, conciencia, �zeitgeist�, esfera de influencia, audenesco, Yeats tard�o, periodo de transici�n, constructivismo y esquem�tico, cuando sabia y econ�micamente empleados, aceleran apreciablemente la contundente e inapelable negaci�n de toda una vida de trabajo realizado por cualquier poeta hecho y derecho. Las reglas principales son pocas y f�ciles de recordar: cuando, por ejemplo, se debe escribir una rese�a sobre dos libros de versos con estilos completamente dispares, hay que enfrentar el uno al otro como si se hubieran escrito en estricta competici�n. El siguiente ejemplo demuestra la utilidad de esta t�cnica, que tanto tiempo y trabajo ahorra: �Tras disfrutar con las estructuras po�ticas del se�or A., tan sutiles,  econ�micas e integradas como para merecer el calificativo de epigram�ticas, encontramos que la extensa y sonora narrativa heroica del se�or B., a pesar de su riqueza textual y acompasados ritmos composicionales, se nos antoja algo insustancial�.

El cr�tico, al comenzar, ha de tomar una decisi�n muy meditada sobre qu� poeta piensa apadrinar, y tal decisi�n, naturalmente, tiene muy poco que ver con la calidad de su poes�a. Se trata de utilizar al artista como medio de avance personal; el cr�tico lo convierte en propiedad particular, se lo patenta, crea con �l un negocio. En las cr�ticas sobre otros, cualquier pretexto sirve para sacar el nombre del valido a colaci�n: �El se�or E. es, desgraciadamente, un poeta muy dado a las fanfarronadas (a diferencia de Hector Whistle)�. �Mientras leemos las traducciones del Sr. D., tan admirables por su erudici�n, nos topamos con alg�n que otro pasaje pedestre, lo que despierta nuestra sed del frescor intelectual y arte consumado de Hector Whistle�. Pero al poeta hay que escogerlo con debida precauci�n; no sea que uno se meta en coto privado. Primero hay que preguntarse: ��ser� Hector Whistle pieza cobrada por otro cazador?�

Antes de abrir la boca, uno debe leer todas las cr�ticas hechas sobre los libros que piensa analizar. Se incluyen citas de los poemas s�lo si se anda escaso de tiempo: el tema central de una cr�tica siempre debe ser quien la escribe. Otra regla de oro es que no hay que meterse nunca con los poetas con poco talento y mucho dinero, porque el camino de cr�tico literario a director de revista literaria no es muy largo, y si entre sus m�ltiples defectos no se cuentan los de la taca�er�a o la residencia en Estados Unidos, es posible que un poeta incompetente, rico y ofendido, adelante el dinero necesario para que su adversario lo recorra.

Volvamos ahora a Cedric. Supongamos que, como resultado de comparar los versos de un poeta joven y rico a los de Auden, para detrimento de Auden, Cedric es ahora director de una flamante revista literaria. Puede que le hayan dado tambi�n un apartamento; si no, deber� exigir la provisi�n de oficinas espaciosas, para poder irse a vivir en ellas. El primer problema que tiene Cedric, es c�mo llamar la dichosa revista. No es tarea f�cil, porque la mayor�a de los nombres que no significan nada en absoluto �una de las claves para el �xito del nuevo proyecto- han sido empleados: Horizonte, Pol�mica, Cosecha, Simiente, Transici�n, Venga tu reino, Enfoque, Panorama, Acento, Apocalipsis, Arena, Circo, Cronos, Hitos, Viento y Lluvia. Todos usados. �Se imaginan a Cedric en su agitaci�n mental? �Vac�o�, �Volc�n�, �Limbo�,  �Jal�n�, �Necesidad�, �Erupci�n�, ��tero�, �Sism�grafo�, �Vulcano�, �Gnosis�, �Cisma�, �Data�, �Pira�. �Aja! Ya lo tiene: �Claroscuro�. El resto es f�cil, s�lo hay que seleccionar las contribuciones.

Ahora echemos un vistazo r�pido a otros m�todos para sacar partida de la poes�a.

Primero, la razia provincial, o adelante Rimbaud que estoy detr�s tuyo. No se puede recomendar esta t�cnica sin algunas reservas, pues es esencial que quien pretenda probarla re�na ciertas condiciones. Efectivamente, antes de caer cual un ob�s sobre los centros de actividad literaria (es decir, para los j�venes, los bares de rigor, mientras que para los mayores hay primero los apartamentos de rigor, y, luego, los clubes de rigor) la fuerza creativa del poeta debe haber tomado cuerpo (la cabeza es lo de menos) en unos versos salvajes e incomprensibles.  Como antes he comentado, a m� no me compete explicar c�mo se logra escribir estas torpes y rimbombantes desvariaciones. Sin embargo, Hart Crane[19] descubri� que cuando escuchaba a Sibelius en estado de embriaguez, era capaz de componer como un energ�meno. Un amigo m�o, que desde los ocho a�os viene sufriendo terribles jaquecas, lo encuentra tan f�cil que incluso tiene que escribirse mensajes a s� mismo, record�ndose que de vez en cuando debe desempu�ar la pluma.

Obviamente, este tipo de poeta ha de tener una sed de caballo, la constituci�n de un roble, energ�as ilimitadas, una presunci�n prodigiosa, una total ausencia de escr�pulos, y una desfachatez que quita el aliento. Y, sobre todo �pues a esto se le debe dar la m�xima importancia- un hogar en las provincias al que volver cuando ya no aguanta el ritmo fren�tico que su imagen le exige[20].

Respecto a las categor�as restantes, me temo que s�lo puedo ofrecer un resumen muy breve.

En cuanto al poeta que escribe porque simplemente quiere escribir, sin que le importe demasiado si le publican o no; que puede soportar la pobreza y una total falta de reconocimiento durante su vida, aqu� no se puede decir nada relevante. Este hombre no entiende de negocios: de la Posteridad no se come.

 

A continuaci�n les informo sobre otras actividades, de cuyo ejercicio me apresuro a disuadirles:

Composici�n de limericks.[21] Mercado enorme. Remuneraci�n escasa o nula.

Versos para meter dentro de las galletas. Empleo estacional.

Poes�as para ni�os. Esto mata a autores y a lectores por igual.

Notas necrol�gicas en verso. S�lo cl�sicos; abst�nganse ne�fitos.

La poes�a como instrumento de chantaje (por aburrimiento). Peligroso. La v�ctima podr�a responder leyendo en voz alta su tragedia sin terminar sobre la vida de San Bernardo: �La petaca�.

 

Y por �ltimo: Escribir coplas en las paredes de los ba�os. La recompensa que aporta es puramente sicol�gica.

Gracias.

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traducci�n y notas  � V.J. Stevenson, 2002.

 

 

 

 

 



[1] Theodore Watts-Dunton (1832-1914). Poeta y novelista ingl�s. Su obra se caracteriza por una visi�n rom�ntica y m�stica del amor, expresada a trav�s del simbolismo; la raza gitana le fascinaba y varios personajes gitanos aparecen en su ficci�n, incluyendo su mayor �xito, la novela Alwyn, que cuenta la lucha del h�roe ep�nimo para vencer el maleficio que le separa de su amada. Tr.

[2] Charles Morgan (1894-1958). Novelista y dramaturgo ingl�s. Su obra m�s conocida es una novela, The Fountain [La fuente].

[3] La referencia al d�o cinematogr�fico parece un tanto fuera de lugar, pero el contexto literario hace pensar en otro de apellido Hardy: el c�lebre poeta y novelista ingl�s Thomas (1840-1928). Entonces la yuxtaposici�n de las dos figuras -escritor rom�ntico y melanc�lico, y humorista sensible y llor�n- est� muy a tono con el sarcasmo y burla del ensayo.

[4] The great wen [�la gran verruga�] Nombre despectivo, ahora en desuso, para la ciudad de Londres. Tr.

[5] Como ya se ha se�alado, en este particular la carrera de Thomas sigui� una trayectoria parecida.

[6] H�roe predilecto de la diosa agraria Demeter, quien le ense�� a sembrar el trigo.

[7] El apellido Cribbe s� existe, pero su elecci�n aqu� no parece casual pues el sustantivo coloquial crib, de id�ntica pronunciaci�n, significa �plagio� o �texto plagiado�. Tambi�n denominaba las traducciones estudiantiles de textos cl�sicos que utilizaban otros alumnos para mejorar su comprensi�n de los originales. Tr.

[8] Uno de los nombres-atributos de Apolo, dios del sol y se�or de las musas.

[9] G.H.Q. es la abreviatura universal de General Headquarters [cuartel general]. Tr.

[10] El patr�n descrito recuerda a ciertas series novel�sticas como The Forsyte Saga, de John Galsworthy (1867-1933), o The Barsetshire Chronicles de Anthony Trollope (1815-1882). Tr.

[11] Amalgama de steady [tranquilo, firme, centrado] y man. Tr.

[12] Francis Brett Young (1884 � 1954). Novelista y poeta ingles, oriundo del condado de Worcester, conocido por  su estilo decoroso y nostalgia rural. Tr.

[13] En la sociedad brit�nica, a algunos nombres masculinos �como Cyril, Cecil y aqu�, Cedric - se les asocia una imagen de homosexual afeminado. La raz�n m�s probable es que las sibilantes permiten burlas con la pronunciaci�n ceceante que com�nmente se le atribuye a dicho estereotipo. Tr.

[14] Dame Edith Sitwell (1887-1964) poeta inglesa conocida por sus versos sat�ricos, y sus hermanos Sir Osbert Sacheverell (1892-1969), cuentista y ensayista, y Sir Sacheverell (1897- 1975), bi�grafo y cr�tico literario. (Seg�n el Bloomsbury Dictionary of Biographical Quotations, la propia Edith Sitwell describi� a Thomas como �un retrato del joven Sileno pintado por Rubens�). Tr.

[15]Referencia al poeta ingl�s John Addington Symonds (1840-1893), conocido literario y homosexual victoriano. Public� en 1893 bajo dicho t�tulo (en ingl�s: In the Key of Blue) una antolog�a po�tica que recogi� varias de sus loas a la belleza y erotismo masculinos. Tr.

[16]Importante centro minero (carb�n) del pa�s de Gales. Tr.

[17] Referencia a Henry Treece (1911-1966), poeta ingl�s y fundador, en los a�os treinta, del movimiento po�tico denominado apocal�ptico. El original juega con el parecido fon�tico entre Treece y trees, con un gui�o al refr�n to not see the forest for the trees (los �rboles no dejan ver el bosque). Tr.

[18] Marco Aurelio Antonino (204-222), emperador de Roma (218-222). Se tom� el nombre de Heliog�balo (tmb. Elag�bal) en honor a El Gabal, el dios fenicio del sol cuyo culto pretendi� establecer. Reconocido como uno de los m�s depravados emperadores en la historia del imperio, gustaba de vestirse como mujer y adoptar el rol de esposa o incluso prostituta para sus amantes, quienes eran mayormente esclavos escogidos por su f�sico. Muri� asesinado.  Tr.

[19] Harold (Hart) Crane (1899-1932). Poeta norteamericano cuya obra trataba los temas asociados con la vida moderna y urban�stica. Naci� en una ciudad rural de Ohio, y a la edad de 17 a�os fue a vivir en Nueva York, donde empez� a moverse entre las principales figuras contempor�neas, como e.e. cummings. Alcoh�lico, homosexual y depresivo, se suicid� saltando de la cubierta del barco que le llevaba de regreso a Nueva York desde M�xico, donde en 1931 hab�a intentado escaparse de sus problemas para poder escribir. Tr.

[20] Descripci�n que, seg�n sus detractores,  muy bien podr�a aplicarse al propio Thomas. Como es sabido, tampoco aguant� el ritmo que su feroz alcoholismo le impon�a, y muri� en otro centro de la vida art�stica (Nueva York), lejos de su tierra natal de Gales. Tr.

[21] Un limerick es un peque�o poema humor�stico, que juega generalmente con t�picos absurdos o arriesgados. En su forma cl�sica consiste de cinco l�neas, con rima aabba y una estructura m�trica de tres pies en las l�neas 1, 2 y 5, dos en las l�neas 3 y 4, con esquema pros�dico yambo-anapesto-(yambo). Se trata de un tipo de verso coloquial y tradicional, y por tanto de composici�n y transmisi�n casi exclusivamente orales, aunque algunos conocidos han llegado a publicarse. El m�s conocido exponente del g�nero fue el pintor y humorista ingl�s Edward Lear (1812-88), que lo populariz� y legitim� con su libro Book of Nonsense [Un libro de tonter�as] (1846). A�n as�, los mejores limericks siguen siendo an�nimos y procaces, inventados generalmente para ridiculizar los h�bitos o pretensiones de personajes importantes. Tr.